TRES SACERDOTES VIUDOS
Por
Maestro Israel Cavazos Garza (1923-2016)
A
propósito de la tendencia actual a abolir el celibato en el sacerdocio,
conviene recordar que en la historia eclesiástica de Nuevo León encontramos
algunos casos de sacerdotes casados. Aunque, claro está, lo fueron antes de
recibir las órdenes sagradas. Pudiera haber más ejemplos, pero nosotros hemos
hallado solamente tres: todos de personajes importantes.
Marcos
González Hidalgo es el más antiguo. Nacido en Cadereyta hacia 1660, fue hijo de
Bernabé González Hidalgo y Leonor Gutiérrez, fundadores de la hacienda de San
José, hoy villa de Juárez. Dedicado a la agricultura y a la cría de ganados, se
casó Marcos González con Da. María de Treviño y Maya, y, viudo de ésta, abrazó
el sacerdocio. Realizó estudios en Guadalajara hasta obtener el presbiterado, y
fue también licenciado en sagrados cánones.
Vuelto
a Monterrey ejerció aquí su ministerio, siendo a la vez juez subdelegado de
testamentos y obras pías y capellán de la capellanía de misas fundada en la
capilla de la hacienda por Bernabé, su hermano. Alternó estas actividades con
su antiguo oficio de criador de ganados mayores y menores en la heredad de sus
padres. En 1714 casó a María Rosa Gonzáles, su hija, con el capitán Gonzalo
Hoyo de Mendoza, “natural de los reinos
de Castilla”, dotándola espléndidamente. Y, siendo presbítero, tuvo la rara
circunstancia de ver a su hijo varón y homónimo suyo ordenado también de
sacerdote, llegar a ser licenciado, y ser durante largos años cura beneficiado
del real y minas de Mazapil y examinador del obispado (1714-1725). El sacerdote
viudo murió en Monterrey el 10 de noviembre de 1726.
Mucho
tiempo después hubo en Monterrey otro sacerdote viudo, el canónigo Pedro de
Hombre. Nacido en 1763 en Santiago de Compostela, en Galicia, pasó a la Nueva España cuando tenía
veinte años de edad, como alférez de la fragata “Loreto”. Casado en la ciudad de Puebla, enviudó e ingresó al
seminario hasta concluir la carrera eclesiástica.
Por
real cédula de 11 de junio de 1802 le fue concedida una canonjía en el cabildo
eclesiástico de Monterrey, y, en 1818, era racionero de la catedral. Por tener
cuarenta y cinco años de residencia en México se le excluyó de la ley de expulsión
de españoles, de 1828. Cuatro años más tarde era chantre, y, ejerciendo esta
dignidad, murió aquí el 19 de mayo de 1842, siendo enterrado en el camposanto
de la catedral.
El
otro sacerdote viudo, presbítero Manuel Martínez, estuvo también muy ligado a
la vida de la ciudad. Nacido en ella el 17 de junio de 1825, inició sus
estudios en el Seminario, pero, aunque ya muy avanzados, se vio obligado a
interrumpirlos. En 1846 se casó con María Trinidad de la Garza , originaria de Los
Lermas. Estableció su hogar en Victoria, sirviendo como notario, organista y
cantor de aquella parroquia. Allá nació, en enero del año siguiente, su hija
Genoveva. En noviembre del mismo año murió su esposa.
La
niña quedó al cuidado de sus parientes y él reingresó al Seminario de
Monterrey. Concluida su carrera se trasladó a México, donde, el 22 de abril de
1849 fue ordenado presbítero por el obispo Belaunzarán. Vuelto a Nuevo León
tuvo a su cargo las vicarías de Linares y del Sagrario. En 1853 le fue
encomendada la del Roble, cuyo templo construyó desde sus cimientos y en él fue
sepultado el 6 de agosto de 1886. Genoveva, su hija, vivió siempre a su lado,
como organista y cantora del Roble, y fue esposa del doctor Pedro C. Martínez,
alcalde de Monterrey en varios períodos del régimen de Bernardo Reyes.
Publicado en El Porvenir el 25 de enero de 1971
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