EL JUDIO ERRANTE
Por Maestra Lilia E. Villanueva
de Cavazos
Conversaban tres viejecitas
hermanas a la puerta de su antiguo caserón de la hacienda de los Lermas, en
Guadalupe [Nuevo León], cuando se detuvo junto a ellas un mendigo vestido de
harapos, viejo y encorvado y de luenga barba; apoyado en un torcido báculo.
No pronunció palabra, ni como
saludo, ni para implorar limosna. Sólo observaron que puso el fardo que llevaba
sobre sus hombros en las losas del piso, produciendo un sonido que no dejó de
crisparlas porque no eran otra cosa sino huesos.
Se cruzaron miradas de
inteligencia entre sí, y aunque no lo manifestaron con palabras, estuvieron de
acuerdo en que era aquel, el mismo hombre, que cuarenta o cincuenta años atrás
ellas mismas habían visto en idéntica forma y exactamente con la misma pobre
indumentaria y extraño cargamento.
Cuando después de darle algo de
comer, y siempre sin pronunciar palabra se hubo retirado, ratificaron su
sospecha. Haciendo recuerdos vino a su memoria el relato de sus padres y abuelo
que les contaban cómo ese mismo hombre había pasado por esa misma hacienda en
lapsos de casi medio siglo.
Entre los vecinos del lugar al
comentar el suceso, llegaban a la conclusión de que aquel personaje no era otro
más que el judío errante.
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