EL SITIO DE MONTERREY EN 1846


Por Mtro. Israel Cavazos Garza (1923-2016)

En la mañana del 20 de septiembre, día en que cumplía doscientos cincuenta años de su fundación, #Monterrey fue sitiada. El ejército angloamericano extendió su línea hasta el obispado, con miras a bloquear el camino a Saltillo. Era ésta la única vía por la que Monterrey podría recibir auxilio del interior. En su convergencia con el camino del Topo este punto era defendido por el general Jáuregui, situado en la Jagüey, en San Jerónimo. Los sitiadores extendieron también su línea hacia el oriente, ocupando la villa de Guadalupe. En cinco puntos principales la lucha fue simultánea. Procuraremos separar los hechos a fin de verlos con mayor claridad.

Uno de los reductos más importantes de la línea noreste, en el interior de la plaza, era el de las Tenerías. Lo defendía el general Francisco Mejía. El 21 de septiembre tuvo lugar allí uno de los encuentros más reñidos. Según testimonio del invasor, recogidos posteriormente por José María Roa Bárcena en sus Recuerdos..., en el ataque a este fortín "la mayor parte del Batallón de Maryland y el de los Voluntarios de Columbia, habían abandonado sus banderas y huido hasta ponerse fuera de tiro". Las cargas sobre cualquier punto que les parecía vulnerable "sólo causaban mayor estrago y mortandad [...]" y obligaban la retirada para refugiarse en las calles inmediatas. Jinetes y caballos de la batería de Bragg "caían bajo el fuego de fusilería de los parapetos". Tal era el desconcierto que un cuerpo americano de lanceros, atravesando sementeras, atacó a los mismos suyos cargando sobre dos de las compañías de Garland, matándole varios oficiales y soldados, "e hizo huir al resto en confusión hacia el grueso de la columna".

La defensa mexicana del fortín estaba constituida por sólo cuatro cañones y la guarnición "se multiplicaba en heroico ardimiento", al decir de José Sotero Noriega. Un rasgo de debilidad, sin embargo, obró en su contra. La batalla se había prolongado por varias horas; no había ya un solo cartucho y, al ser ordenado toca a la bayoneta, el jefe huyó, arrojándose al río. El fortín de la Tenería cayó en poder del enemigo.

Perdido este reducto (Fortín de la Tenería) , las fuerzas mexicanas se replegaron al Rincón del Diablo, a muy corta distancia, al sur. Este antiguo y típico laberinto de callejones estrechos era llamado popularmente así, al parecer porque, hacia 1815, en tiempo del comandante Arredondo, solían reunirse allí los primeros grupos masónicos. La resistencia fue valiente, distinguiéndose por su arrojo el teniente coronel Bravo y el capitán Arenal, artillero.

Fue infructuoso el intento del general Buttler de tomar el Rincón porque, según se le oyó decir, "lo halló perfectamente defendido y tuvo que retirarse". La misma versión extranjera asienta que sus muertos ascendieron a 394 soldados y 96 oficiales y que Buttler sucumbió también allí.

Mientras tanto el general Mejía consiguió situarse unas cuadras al norte, en el puente de la Purísima. A sus fuerzas fueron incorporados 300 hombres de Aguascalientes y Querétaro, al mando inmediato del coronel Ferro y del comandante José María Herrera. La artillería estaba a cargo de Patricio Gutiérrez. En ese lugar se renovó la lucha. Noriega relata que se oyeron vivas y aplausos cuando, agotadas las municiones, los soldados las pidieron a Mejía y éste les respondió: "No se necesitan mientras haya bayonetas." La victoria favoreció allí a los mexicanos. El enemigo, con pérdida de casi mil hombres se retiró a Santo Domingo. Mejía propuso cargar sobre los atacantes en retirada, pero Ampudia sólo destacó veinte hombres que se devolvieron de la Ciudadela.

El poniente de la ciudad seguía siendo el más importante objetivo del enemigo. Desde la tarde del día 20 el general Worth había movilizado sus carros de artillería a fin de bloquear toda comunicación con el interior del país. Al día siguiente, muy temprano, el Regimiento de Texanos, al mando de Hays, y el Batallón Ligero, de Smith, sostuvieron el primer encuentro en el cual murió el comandante de Lanceros de Jalisco Juan Nájera. Fue allí donde cargó con arrojo el Regimiento de Guanajuato, quedando muertos los 50 lanceros que lo integraban. Entonces, su jefe, Mariano Moret rota la lanza, tirando de su espada, solo, herido, se arroja intrépido y persigue a los americanos hasta sus mismas piezas, retirándose enseguida tranquilo: el enemigo mismo respetó su osadía no disparándole en su retirada un solo tiro.

La columna extranjera se apoderó del camino a Saltillo. No habría ya posibilidades de que los sitiados recibieran auxilio. Las fuerzas del coronel Hays y del teniente coronel Child lograron escalar la colina del fortín de la Federación, en la Loma Larga, frente al obispado.

Durante casi todo el día 22 el viejo palacio del obispado fue blanco del fuego enemigo, desde el fortín de la Federación. Por el rumbo opuesto, las fuerzas extranjeras habían logrado ascender al punto más elevado de la parte noroccidental de la loma del obispado, sorprendiendo la escasa guarnición de 60 hombres que la defendía. Desde ese lugar hicieron fuego también sobre el viejo edificio.

El histórico reducto disponía de tres cañones y lo defendían únicamente 200 hombres, al mando del coronel Francisco Berra. La carga de tres columnas enemigas fue incontenible. A las cuatro de la tarde cayó el obispado. "Los soldados [mexicanos] llenos de espanto descienden y penetran al interior de la plaza, cuando un tardío refuerzo del Batallón de Zapadores salía para el Obispado."

Ante tal situación Ampudia ordenó que las fortificaciones de todos los rumbos fuesen desalojadas y que las fuerzas se movilizaran hacia el centro de la ciudad. Esta maniobra fue verificada a la media noche del 22, "en medio de un ruidoso desorden, provenido de que la tropa rehusaba abandonar sus posiciones sin combatir".

En la mañana del 23 las fuerzas sitiadoras, al mando de Taylor, habían bajado ya de la loma del obispado y tomado puntos estratégicos en la Quinta de Arista (esquina de Hidalgo y Martín de Zavala) ya en el Camposanto, a espaldas del templo de la Purísima. A las 10, la Brigada Quitman, los Rifleros de Mississippi y el Regimiento de Tennessee, reforzados por Henderson, habían ocupado los fortines abandonados y desde la Loma Larga y la Tenería disparaban hacia el centro.

El ataque por el poniente se recrudeció. A las 4 de la tarde una columna enemiga bajó por las dos calles (Padre Mier e Hidalgo). La lucha entonces se trabó "pecho contra pecho; arma contra arma"; oficiales y soldados sin distinción de grados. Los sitiadores, para poder avanzar, recurrieron a horadar las paredes de las casas, así se luchó hasta el oscurecer, logrando el enemigo llegar hasta la plaza de la Carne (esquina de Juárez y Morelos). Desde allí cañoneó la plaza de Armas (Zaragoza). En la catedral tenía Ampudia el cuartel general.

Por la tarde del 23, en la imposibilidad de continuar defendiendo la plaza, Ampudia envió a un emisario al campo de Taylor, a solicitar parlamento. La respuesta de éste en el sentido de que la ciudad fuese evacuada "jurando no tomar las armas en lo sucesivo contra los Estados Unidos" fue rechazada.

Hubo, el 24, una nueva entrevista con Worth, en la cual participaron los generales Requena y Garda Conde y el gobernador Manuel María de Llano, quienes firmaron la capitulación. Tradicionalmente se dice que Josefa Zozaya figuró también en esta comisión. Quedó estipulado en la rendición, entre otros puntos, que el ejército saldría llevando armas y equipajes, "a tambor batiente y banderas desplegadas". Los adversarios, por su parte, se comprometieron a no pasar de la línea de los Muertos, Linares y Victoria en siete semanas, lapso que se utilizaría para tratar la paz.

Ese mismo día las tropas mexicanas salieron del fuerte de la Ciudadela y dos días más tarde evacuó la ciudad el resto del ejército.

Cuando los habitantes de Monterrey vieron salir las últimas fuerzas mexicanas —relata Noriega, testigo presencial— no pudieron resolverse a quedar entre los enemigos y multitud de ellos, abandonando sus casas e intereses, cargando sus hijos y seguidos de sus mujeres, caminaban a pie tras de las tropas. Monterrey quedó convertida en un gran cementerio. Los cadáveres insepultados, los animales muertos y corrompidos, la soledad de las calles, todo daba un aspecto pavoroso a aquella ciudad.

Las fuerzas de ocupación permanecieron más de un año y medio en Nuevo León, hasta febrero de 1848, cuando fueron firmados los Tratados de Guadalupe Hidalgo.
La invasión de Barradas, en 1829, aunque sofocada en sus inicios, había suscitado cierto espíritu de unidad entre los mexicanos. El episodio de Monterrey de 1846 reafirmó el sentimiento de la nacionalidad.




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