"Triste y Dolorido Romance de Monterrey" por Guillermo Prieto
La losa sepulcral de mis recuerdos?
¿Por qué insensato el fuego de mis iras
Procaz lanzo en el polvo de los muertos?
¿Por qué rencor estéril, imprudente
Mis memorias estúpido paseo;
Si no se han de borrar nuestras vergüenzas,
Ni ha de ser nuestro el mutilado suelo?
¿Por qué si vencedores y vencidos
Hoy como hermanos marchan al progreso,
Unidos para el bien, y de sus patrias
Al porvenir de su ventura atentos?
¿Por qué? Porque á la historia Dios ordena
Que del pasado despedace el velo,
Que con su soplo mágico reviva
Y muestre palpitantes á los tiempos,
Dictándoles lecciones á los hombres,
Incólumes haciendo sus derechos,
Y llevando al crisol de la justicia
La ventura ó la ruina de los pueblos.
Hermosa Monterrey, de las montañas
Reina y de los misántropos desiertos,
Se acerca tu espantoso sacrificio,
A la fatalidad inclina el cuello.
Se escucha por los bosques de Cerralvo
Del injusto invasor el ronco estrépito,
Como se oye del fondo de la cueva
Salir del tigre el rebramar horrendo;
Cual del ameno valle en la hondonada
Los míseros labriegos ven inquietos
Descender en torrentes á las aguas
Para invadirlos de los altos cerros
Corren, construyen diques espantados,
En las fieras corrientes invadiendo
Sus campos y sus chozas, y se acogen
A las alturas y al excelso templo;
Así se fortifican previsores
Zuluaga y sus expertos ingenieros:
El mando tiene Ampudia, que á sus planes
No atina á dar ni forma ni concierto.
Aquí y allá las grandes eminencias
Coronadas con anchos parapetos,
Reforzados muros á las tropas
Ponen de los asaltos á cubierto;
Y convierte la ciencia en Ciudadela
Del Obispado el cerro gigantesco.
Ampudia con sus jefes distinguidos
Dentro la catedral ocupa el centro,
Cuando se anuncia Taylor furibundo
Circundándoles ráfagas de fuego.
Tú, Nájera valiente, con los tuyos
Impávido saliste á su encuentro
Y al morir escupiste con tu sangre
La frente vil del invasor soberbio.
La tremenda batalla se encarniza;
Se hacen vulgares los heroicos hechos,
Y hay en cada reducto mil hazañas
Dignas de los Romanos y los Griegos.
Dime, tú, que me escuchas, bravo Uraga
Moret insigne, díganlo tus huesos;
Y tú, que vives, y que fue tu aurora
Junto á Moret, el combatir sangriento,
Iniciando en los fastos de la Patria.
Con buril de oro el nombre de Escobedo.
En tanto entre las filas discurría
Como serpiente el monstruo de los celos
Explicando la ausencia de los jefes
O denunciando su rencor y miedo.
Terribles se suceden los combates:
Ampudia manda replegarse al centro;
Vagan decapitadas nuestras tropas,
Redobla el patriotismo su esfuerzos,
En la plaza mayor noble matrona,
De honra dechado, de virtud espejo,
Alienta á los soldados valerosa,
Acude adonde más amaga el riesgo,
Allí eficaz auxilios generosos
Prodiga fiel, de patriotismo ejemplo.
¡Oh, Josefa Zozaya! ¿Por qué ingrato?
No te alza Monterrey un monumento?
Era un cuadro de horror: en los reductos,
Con furia ardiente se empeñaba el fuego
En combates aislados, sin los jefes
Que todo animan y le dan concierto;
La gente enloquecida discurría
Entre heridos, caballos y dispersos;
Las madres con sus niños en los brazos;
Trémulos y sin tino lo más viejos,
Entre gritos y lloros de los niños
Y gritos y blasfemias de los ebrios;
En tanto que ciertos generales,
De esos en la ciudad cides soberbios,
Ocultos en la torre de la iglesia
El desastre miraban en silencio.
En vano Ampudia con valor heroico,
Quiso impedir el mal ¡vanos esfuerzos!
La derrota imperaba poderosa,
Y era de la batalla el fin funesto.
Entonces ¡oh, vergüenza! ¡oh, doloroso
Terrible y humillante vilipendio!
Se pide al invasor con vil instancia
Y con blanca bandera parlamento.
Worth se acerca y tiránico se impone;
Taylor dijo, por fin capitulemos,
Se firman los tratados humillantes;
Y en medio de los gritos de despecho
Los heroicos soldados de la patria
De llanto de ira y de baldón cubiertos
Vieron alzarse el labarum de estrellas,
Nuestra bandera descender al suelo;
En odio rebosando nuestras almas,
Y con intensa envidia de los muertos.*Guillermo Prieto
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