Carta de Francisco I. Madero al presidente Porfirio Díaz (Monterrey, N.L a 15 de junio de 1910)
Penitenciaria del Estado, Monterrey, N.L
15 de junio de 1910, México . D.F
Muy Sr. mío:
En su carta del 27 de abril próximo pasado me decía Usted: en la ley
encontrarán, tanto las autoridades como los ciudadanos, el camino seguro para
ejercitar sus derechos y que la Constitución no le autorizaba a Ud. para
ingerirse en los asuntos que pertenecen a las soberanías de las entidades
federativas.
A pesar de ello, la ley, aunque observada por mis partidarios, ha sido
frecuentemente violada por los de Ud. que ocupan puestos públicos, y aunque se
desprendía de su carta que la Federación no podía intervenir en los Estados
para que se respetaran las garantías individuales, en cambio sí ha intervenido
para apoyar los atropellos cometidos por las autoridades locales, como pasó
aquí en Monterrey, en donde, para disolver una pacífica y ordenada manifestación,
prestaron ayuda fuerzas federales del regimiento de rurales.
Esta intervención directa de las fuerzas federales, no ha venido sino
a confirmar lo que dije a Ud. en mi anterior y es que, según la opinión
pública, Ud. es el principal responsable de los actos de sus partidarios en
toda la República, a pesar de la soberanía de los Estados, que sólo existe de
nombre.
Eso está en la conciencia de todos y Ud. mismo lo dió a entender en su
entrevista con Creelman, así es que no puede negarse; pero aunque fuera así, el
hecho innegable es que en toda la República los partidarios de usted que ocupan
puestos públicos, están cometiendo toda clase de atentados contra mis
partidarios y hasta contra mí mismo, acusándome de injurias a Ud., basándose
para ello en el testimonio del C. Lic. Juan R. Orci que confeccionó un discurso
a su gusto y me lo atribuyó como pronunciado por mí en San Luis Potosí. ¡Así es
que una calumnia de sus partidarios y la complacencia de los jueces y demás
autoridades me han privado de mi libertad!
Esto ya no tiene nombre, y ha venido a demostrar que si conmigo, que
merecía respeto, aunque fuese siquiera por decoro de Ud., se han cometido
atentados tan escandalosos, ¿qué no será con mis numerosos partidarios?
Algunos de ellos han sido tratados con crueldad; en Torreón están
acusados por sediciosos y el proceso tiene por base ¡anónimos que el Jefe
Político pretende haber recibido!
Otros, como en ésta, San Luis Potosí, Saltillo, Puebla, Cananea,
Orizaba, etc., etc., son reducidos a prisión porque se ocupan en preparar los
trabajos electorales.
De lo expuesto se desprende claramente, que usted y sus partidarios
rehuyen la lucha en el campo democrático, porque comprenden que perderían la
partida y están empleando las fuerzas que la Nación ha puesto en sus manos para
que garantice el orden y las instituciones, no para ese fin, sino como arma de
partido para imponer sus candidaturas en las próximas elecciones.
Pero no tienen Uds. en cuenta que la Nación está cansada del
continuismo, que desea un cambio de gobierno, pues desea estar gobernada
constitucionalmente y no paternalmente como Ud. dice que pretende
gobernarla. La Nación no quiere ya que
Ud. la gobierne paternalmente, ni mucho menos que la gobierne el señor Corral.
Ud. me dijo que era cierto que está muy desprestigiado el señor
Corral, pero que ese desprestigio era injustificado.
Pues bien, ese desprestigio no es injustificado, como lo demuestra la
política de que se está valiendo para imponer su candidatura, cometiendo toda
clase de atentados contra las garantías individuales; haciendo que sus amigos,
como Orcí, calumnien a sus adversarios políticos como yo; recurriendo a medios
reprobados para callar la prensa independiente a pesar de su moderación, que
más resalta si se compara con los órganos del partido de Uds.(“El Imparcial”,
“El Debate”), los cuales emplean intemperancias tales de lenguaje, que han
trabajado más eficazmente que nosotros mismos para el desprestigio de la causa
que defienden.
No obstante lo desigual de la lucha, puesto que nosotros no tenemos
órganos de gran circulación, porque nunca faltan pretextos al gobierno de Ud.
para deshacerse de ellos y a pesar de que en muchas partes son reducidos a
prisión los que hacen la propaganda de nuestros impresos y los que organizan
clubes, nosotros aceptamos y deseamos vivamente la lucha en los comicios,
porque creemos que solamente será el gobierno legítimo y la paz estable,
teniendo por base la voluntad nacional y el respeto a la soberanía popular.
Por este motivo he publicado un manifiesto del cual adjunto a Ud. un
ejemplar.
Verá Ud. que doy instrucciones a mis partidarios para que obren
estrictamente dentro de la ley, y respeten los derechos de sus adversarios
políticos; pero a la vez les indico que los obliguen también a trabajar dentro
de la ley y a respetar sus derechos.
Si los partidarios de Ud. cumplen con la ley; si las autoridades
partidarias de Ud., investidas de su carácter se erigen en severos guardianes
de la ley, el pueblo designará pacíficamente sus mandatarios y habremos entrado
para siempre en la vía constitucional, única que podrá cimentar definitivamente
la paz y asegurar el engrandecimiento de la Patria.
Pero si Ud. y el señor Corral se empeñan en reelegirse a pesar de la
voluntad nacional y continuando los atropellos cometidos recurren a los medios
puestos en práctica hasta ahora para hacer triunfar las candidaturas oficiales
y pretenden emplear una vez más el fraude para hacerlas triunfar en los
próximos comicios, entonces, señor Gral. Díaz, si desgraciadamente por ese
motivo se trastorna la paz, será Ud. el único responsable ante la Nación, ante
el mundo civilizado y ante la historia.
Publique Ud. un manifiesto en el que haga a sus partidarios la misma
indicación que yo les hago y ponga de su parte todo lo posible para que las
autoridades cumplan con su deber, respetando la ley, y habrá hecho a su patria
el mayor bien, consolidando para siempre la paz.
En cuanto a mí, desde este encierro en donde me tiene Ud. recluido, no
puedo hacer más que publicar mi manifiesto aludido y tranquilo espero sus
consecuencias. Sé muy bien que con jueces obedientes a la consigna y superiores
poco escrupulosos en darlas cuando se trata de beneficiar a su partido, mi
suerte está en sus manos y se me podrá procesar y condenar por los mayores
delitos: ¡Que así sea!, pero tengo la conciencia de servir a mi patria con
lealtad y honradez, y los mayores peligros personales no me han de arredrar
para servirla.
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