HONRAS FÚNEBRES AL DOCTOR “GONZALITOS”
Por Jesús Adrián Cruz Martínez
“Del maestro en la palabra y el
ejemplo,
Hacen de la humanidad reconocida:
Religión, del recuerdo de su vida,
De su sepulcro un templo”.- Hermenegildo
Dávila
“El hombre cuya vida entera fue consagrada al bien ha dejado de existir.
El Estado ha perdido el más eminente de sus ciudadanos, cuyos importantísimos
servicios jamás podrán ser olvidados: la humanidad doliente un sacerdote
constante cuyos beneficios recuerda agradecido todo un pueblo y la ciencia un
adorador entusiasta cuyas ideas sembradas en el fértil campo de la juventud ha
tiempo comenzaron a dar los más óptimos frutos” señalaba el 6 de abril de 1888 el Periódico Oficial del Estado, dos días
después de la muerte del doctor José Eleuterio González Mendoza.
A las once de la noche del día miércoles
4, a los 75 años de edad, falleció de
una afección en el hígado, en la casa ubicada en la calle Doctor Coss no. 29
entre Padre Mier y Matamoros, uno de los personajes más reconocidos y recordados
por los nuevoleoneses, quién realizó importantes aportaciones a la medicina,
pero sobre todo, quien se había ganado el respeto y cariño de los pobladores de
Nuevo León que lo llamaban “Gonzalitos”.
Tan lamentable noticia se esparció
rápidamente, periódicos locales y nacionales
como: La Defensa del Pueblo, El
Escolar Médico, La Voz de México, La Patria de México, La Política, El Tiempo,
El Universal, entre otros,
publicaron la noticia; El Nacional reprodujo
la nota de El Coahuilense el 15 de abril:
“En Monterrey, capital del vecino Estado de Nuevo León, acaba de bajar a
la tumba, cargado de años y de glorias, el célebre Dr. José Eleuterio González,
benemérito de aquel heroico estado . Gonzalitos como cariñosamente se le
llamaba, fue una de las primeras figuras de Nuevo León, en donde es considerado
el padre de la ciencia médica [...] Este hombre extraordinario, que aunque hijo
de Guadalajara había nacido para ser una gloria neoleonesa, acaba de bajar a la
tumba en medio de las bendiciones de un pueblo agradecido que no llorará nunca
lo bastante esa pérdida irreparable. Los hombres como Gonzalitos mueren para
nacer inmediatamente a la vida de la inmortalidad”
La diputación permanente del XXIV
Congreso del estado decretó duelo público mediante acuerdo del día 6: “El Ejecutivo podrá hacer las demostraciones
que fueren del caso”. Con la aprobación del gobernador licenciado Lázaro
Garza Ayala se dispuso entonces formar una comisión que tendría a cargo el
ceremonial y que sería encabezada por el licenciado Francisco Valdés Gómez.
El cadáver del doctor “Gonzalitos” fue
llevado al Hospital Civil (el cual había fundado en 1860) para su
embalsamamiento, que se efectuó el día 5.
“El día 6 se acomodó el cadáver en el féretro que al efecto se tenía, el
cual se colocó en el aula máxima del hospital, sobre seis blancas columnas
vestidas con franjas negras; a corta distancia de cada ángulo del ataúd se puso
un trípode de mármol y sobre ella un grande candelabro que sostenía gruesa y
enlutada vela de alba cera”
En la capilla del hospital se
celebraron las exequias el día 7, una misa de réquiem a
las ocho de la mañana, horas antes de llevar el cuerpo a Palacio de Gobierno
para ser expuesto.
Al llegar a Palacio (calles Morelos y
Escobedo), cuatro de la tarde, una comisión de diputados recibió el cortejo, el
cuerpo fue llevado a la recepción, donde recibiría las guardias de honor y se
encontraba “un elegante y artístico catafalco” preparado por el ingeniero
Miguel F. Martínez.
De entre las coronas llevadas al
salón destacaba la del gobierno estatal con el siguiente pensamiento: “Supremos
Poderes del Estado. El que hoy yace cadáver, vive por sus virtudes y vivirá en
el corazón de sus conciudadanos- Lázaro Garza Ayala”.
Aproximadamente quince mil personas
visitaron el féretro, rindiendo tributo a quien dedicó 55 años de vida a su estado
por adopción.
A las cinco de tarde del
domingo 8 de abril, un carruaje tirado por seis caballos que eran guiados por estudiantes
de medicina y del Colegio Civil, trasladó el cuerpo del doctor “Gonzalitos” al
ceremonial que se llevaría a cabo en la plazuela del Hospital Civil. Al
gobernador Garza Ayala le correspondió despedir el cortejo desde la puerta del
Palacio de Gobierno, el general Bernardo
Reyes encabezaba la comisión especial que representaba a los tres poderes.
El cortejo recorrió las calles del
Comercio (hoy Morelos) hacia el este, la de Zaragoza al norte, las de Doctor
Mier y Bolívar al oeste y la del Hospital Civil 7, llevando
el siguiente orden: Escuelas Municipales, alumnos del Colegio Civil, alumnos de
la Escuela Normal, asociaciones políticas, Sociedad de Obreros, alumnos de la
Escuela de Jurisprudencia, alumnos de la Escuela de Medicina, y sus profesores,
estos últimos rodeando el carro fúnebre, empleados de la Federación del estado,
profesores de jurisprudencia, Consejo de Salubridad, Cámara de Comercio,
Colegio de Abogados, Consejo de Instrucción Pública, Republicano Ayuntamiento
encabezado por el alcalde Gregorio Elizondo García , funcionarios del Estado , en
la retaguardia el 5º Batallón y la banda de música; llevando enlutados sus
respectivos estandartes y un lazo negro en el brazo izquierdo.
“En las banquetas de las calles que había de recorrer la procesión, en
los balcones y en algunas azoteas de las casas se encontraba un inmenso gentío.
En el semblante de todo este numeroso concurso, se pintaba el acervo dolor que
laceraba sus corazones; todos se descubrían, con el más profundo respeto, al
ver pasar ante ellos los restos tan queridos que el féretro contenía; y no era
raro, ver rodar por las mejillas de algunas personas, silenciosas lágrimas, que
a pesar del esfuerzo hecho para detenerlas, desbordaban los párpados. ¡Luto por
todas partes! Un silencio sepulcral reinaba en toda la ciudad, el comercio había
cerrado sus puertas, la mayor parte de las habitaciones tenían en sus portadas
o en sus ventanas, cortinas negras, lazos enlutados”
Entre los oradores de aquella
ceremonia se encontraban los licenciados Ramón Treviño en representación del
Ayuntamiento de Monterrey y Francisco Valdés Gómez por parte de los tres poderes
del estado; Hermegildo Dávila de la
Escuela de Jurisprudencia y del Colegio de Abogados; el doctor José María
Lozano de la Escuela de Medicina; así como don Ricardo M. Cellard a nombre del
Colegio Civil, quién leyó una oración escrita por el licenciado Enrique Gorostieta.
“Del hombre, que en vida vio su apoteosis, no puede, no debe decirse, que
ha muerto, cuando su espíritu ha abandonado nuestro suelo. Él no ha muerto:
porque aquella glorificación, reflejada en sus mismos ojos, le hizo ver su
porvenir, como enclavado en su presente; le mostró que, en el mañana de su
vida, se alzaría el magnífico sol de su recuerdo, limpio, esplendente, en el
cielo que, la gratitud de todo un pueblo, ha extendido para colocar, en forma
de astros las benditas memorias de sus benefactores”, dijo su discípulo Hermenegildo
Dávila durante el funeral.
Los restos del Benemérito nuevoleonés
fueron colocados en la capilla del Hospital Civil (hoy Unidad Médica de Alta
Especialidad de Traumatología y Ortopedia No. 21 del Instituto Mexicano del Seguro
Social) y en cuya lápida, esculpida por F. Ferri se lee:
NO PERECERÁ SU MEMORIA Y SU NOMBRE
SERÁ REPETIDO DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN. ECLESIÁSTICO CAP.XXXIX v.10.
AQUÍ YACEN LOS RESTOS MORTALES DEL BENEMÉRITO DE NUEVO LEÓN.
DR.
JOSÉ ELEUTERIO GONZÁLEZ
QUIEN SUPO VIVIR Y MORIR
COMO BUEN HIJO DE DIOS.
D.E.P.
MONTERREY ABRIL 4 DE 1888
LA ESCUELA DE MEDICINA DE MONTERREY A LA MEMORIA DE SU FUNDADOR
F. FERRI MÉXICO
Permanecieron ahí hasta el 4 de
febrero de 1939 en que fueron llevados al pie de una estatua de bronce esculpida
por Michele Giacomino en 1913 y que estaba localizada en la plazuela frente al
Hospital Civil, en las hoy calles 15 de mayo entre Pino Suárez y Cuauhtémoc. El 2 de junio 1982 sus restos fueron exhumados
y trasladados al jardín de la que fue uno de sus sueños más anhelados y que vio
realizarse en 1859: la Facultad de Medicina.
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